En la edad de la autoestima, la sabiduría y los consejos, estoy de oferta, y doy consejos que me gustaría aplicarme, pero del dicho al hecho hay mucho trecho y pocos lo atraviesan con la frente en alto. Todos somos culpables. Es del todo difícil en un día como el de hoy regresar al prestigio de la sabiduría política con decencia, al magisterio ético de hombres y mujeres que sacaron partidos gobernantes de la chistera como otros sacamos chuches para nuestros nietos. Volver a los viejos tiempos sería como volver al amor sin poesía después de dormir la siesta. Qué pereza. Mientras se tambalean estos nuevos tiempos es preferible dar pena que consejos. Soy mayor, soy viejo, y, sobre todo, soy güelu, una profesión para la que no se estudia ni se aprende con el paso del tiempo, y se me da de lujo. Un hombre adelantado a su tiempo, visionario como pocos, muerto Eugenio, honrado como ninguno, donde estoy quiero estar y no moverme de aquí. Leo las crónicas y miro los hechos reales de estos tiempos con rigidez moral, franco, demasiado franco para mis intereses, sin dosis de cinismo ni talento para mentir, precisamente, uno de los méritos de los políticos que se les escapa de las manos como mariposas. Nos mintieron, venían a servir al pueblo y se sirvieron del pueblo para sus intereses personales cuando alcanzaron el poder que el votante les otorgó por un puñado de votos. (Al que venía con ánimo de servir al pueblo, a poco poco, más de lo mismo. Nada nuevo). Gracias.
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