Un ciudadano sin reposo, dígase lo que se quiera, merece dormir. Y recobrar las ganas de querer y volver a ver rayar el día.
A veces veo vecinos y no personas. Tal vez sea lo mismo pero no sé. Y si no sé no sé. A veces me dan ganas de abandonar el barco y tirarme al monte. Tengo miedo de mí y por mi familia. Voy en el tren del último trayecto de mi vida y no quiero irme sin haberlo intentado a pesar del miedo. Esta vida de maltrato, esta vida de despojos influye en mi interior como una certeza que me anima a promover una lucha con causa por los que siempre pierden. Nombré mi familia, y es la familia en peligro de extinción. Vivimos tiempos que, disfrazados de alegrías, logran que el coronavirus sea una "hermanita de la caridad". Quiero tomar el pulso a la vecindad y me desprecia con la cara de la sevicia que prende en mi interior la llama de la depresión. (No mata la bala, mata la velocidad de la bala). Mi agonía no es la depresión, mi agonía es la incertidumbre y el alba que no deja salir el sol. La incertidumbre y la aflicción que deja el paso de los años y todos los adioses. ("Porque yo te quiero"). Gracias.
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