Todos los recuerdos importantes, los que humedecen los ojos, los que trascienden, vale una lástima recordarlos. El asunto que hoy me obliga a escribir es que no retengo los malos recuerdos. Kristel está a años luz de mí en las nuevas tecnologías y en todo lo demás y me aconseja que suba a la nube de mi teléfono móvil los recuerdos sin importar su origen y condición. No sé, quizá ya ocurrió y un día por casualidad se descargó uno donde sea que se descarguen y lo recuerde y exija daños y perjuicios. No diría que no. Imagino que los recuerdos olvidados lo son porque a nadie interesa una cara fatigada, unos ojos tristes y la mirada chivata que anuncia el miedo. Miedo a un dosier y su procedimiento administrativo que aceptaría un juez ante un rosario de mala praxis. El miedo a hechos consumados y el inmovilismo que siembra el qué dirán. El miedo llega de lejos y cuando siente la necesidad de amparo en conciencia siempre es tarde. El miedo, la culpa y el resentimiento. Gracias.
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