Un sábado de fieles los difuntos se me antoja, María antojitos, ser imprescindible y no morir jamás, aunque tendría que ser fuerte y dejar de lado los sueños y responsabilizarme de la realidad. Tendría que cambiar los placeres por desafíos. Mucho me parece... ¿Y si no se me antoja ser imprescindible y se me antoja ser útil? "Nadie es imprescindible", dijo el sabio. Ni los políticos. Supongo que tendría que trasformar la monomanía en creatividad. Según le doy al teclado me doy cuenta que no quiero ser imprescindible porque no podría ser yo mismo y ya me he hecho a ser como soy y aparentar lo que nunca fui no va con mi carácter... ¿Y si en vez de imprescindible soy influyente? Hecho: seré influyente con la cara de fallera mayor. Ay, qué alegría. Vaya, antes de asumir el desempeño, las circunstancias me obligan a hacer una penosa confesión sin explicar cuáles son las circunstancias que me obligan a hacer una penosa confesión. Tampoco, María antojitos. Ahí va la confesión: los dueños de los partidos políticos son unos fatuos irresponsables que viven como curas del erario. Nadie tan muerto como un político enterrado entre sus asuntos inaplazables. Amor, cuanto menos que nos separe la muerte y no la ley y su justicia. (No insistan, no seguiré escribiendo hasta que no hable la justicia). En este país, hasta el amor está judicializado... Gracias.
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