domingo, 9 de febrero de 2020

Cuando llueve y un libro se moja.

Patricia tenía asuntos inaplazables y yo tenía que respirar aire puro. Miré por la mirilla de la puerta y no vi a nadie. Y, como un paisano de mi tierra, esquivé el miedo y me adentré en Les Seniaes. Vivo una complicada realidad entre mis paranoias y lo que ven mis ojos. Joder, dona. Si no es uno es otra pero creo que cada día que escribo me acerco a la conclusión de que aquí se armará la de Troya. Lo que ven mis ojos me deja estupefaciente y vivo una incapacidad absoluta. Y ya me explico: 

No esquivé el miedo y no me adentré en Les Seniaes. Y se me ocurrió ir a la biblioteca y no olía a mascotas. Para dona un veterinario como para mí ir solo a Les Seniaes es cagarme de miedo, pero un paisano de mi tierra... Olía a moho motivado por la humedad que dejan las goteras en las paredes cuando llueve en la Casa de la Cultura. Además, había cochinillas de San Antonio (este santo acabará conmigo) y tuve miedo que me cayera el mundo encima. Las goteras que provoca el moho y la humedad revientan la carga. Tampoco pude subir a la biblioteca ni descansando en cada rellano: ocho tiros de escalera y los años no perdonan. No me explico cómo se puede llegar a este grado de abandono en la Casa de la Cultura. En fin, no pasé de la primera planta. Si lo vuelvo a intentar, ojalá y no olvide el casco de seguridad y una mascarilla antigás. Con razón hay quien dice que los libros no están al alcance de cualquiera. (Imagino que ya te has ido sin comprender que no habitas al abrigo de Dios y que es cuestión de tiempo que una conclusión lleve a otra y todo al oído de la colindancia. Nunca dejaré de quererte. Quien me odia te odia más a ti y te hace daño, pero eso tú ya lo sabes. Muero un poco cuando escribo tu desgana y más si no desahogo. Te conozco y sé que no eres la que dices ser. Te quiero, y siempre serás un amor para mí). Gracias.

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