viernes, 26 de octubre de 2018

¡Rendirse nunca!.

El asunto que hoy me obliga a escribir tiene que ver con la enfermedad y otros quebrantos. Vale, sí, ayer estuve de visita en el hospital y qué gracia, mientras esperaba mi turno eché mi mente absurda a cavilar y qué lástima, de gracia nada de nada, porque quien no acepta la realidad que le toca vivir lo tiene crudo... ¿Verdad? Pues no, en la sala de espera de un hospital somos más viejos de lo que realmente somos. Somos viejos, viejos esperando que el maligno llame a la puerta y nos lleve vaya usted a saber dónde. Pero y qué lástima, insisto, porque llegar a viejos no es malo, malo es no llegar, o llegar como un grupo homogéneo con la cara de los entierros. En la sala de espera de un hospital uno se da cuenta que llegar a viejos es más o menos como una regulación de empleo en los años altos. No, la edad no son años apilados en el desván, la edad es vida, los sueños que nos quedan por vivir. ¿Quién dijo miedo? ¡Ya nos vale!. Hay que sentir y aprender y lo que haga falta y más hasta que el cuerpo aguante o la mente quiebre. Y la autoestima que no decaiga. Y vivir. ¡Rendirse nunca!. Gracias.

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