sábado, 21 de mayo de 2016

Hablo de dona.

Quizá ya ocurrió y acertaron los malos augurios. Quizá ya ocurrió. Naturalmente que hablo de dona. Es sábado y la credibilidad, el sentimiento desinteresado, y jugar a la pelota y perseguir a catalina por Les Seniaes en la noche oscura: dona, el amor de siempre. Necesito de urgencia un afecto en una persona de reconocida solvencia que me quiera porque no puedo seguir en la fe creyendo en la resurrección de dona. Camino por las calles y me clavo en cualquier perro buscando un parecido a su triste mirada...

Murió dona y acertaron los que dijeron que después de dona no había consuelo. Para atenuar mi dolor sigo buscando en otros ojos su mirada triste, pero ya digo que no existe: Dolor de ausencia. Si todo ha sido un hecho consumado y no podemos volver al amor de su santa poesía, si cuatro años de felicidad y ocho de creación literaria, si doce años... En un acto de justicia divina, un dios bueno debiera priorizar en el amor las obras... Doce años no es nada. Mi amiga. Mi enfermera. Mi protectora. Quien nunca me abandonó por más que tardara en volver, siempre postrada a mis pies o en mi regazo: un milagro para creer. Con qué destreza podré restarle sombras a la luz. Demasiadas sombras, eterna la oscuridad.

Debiera añadir una verdad a cada día y no digo que algún día... Ian me distrae, a veces me sobrepasa la dedicación que le debo, ¿y dona? Sin fe, sin dona propiamente. Dicen que con los años uno alcanza la madurez y cesa la insensatez y se abrevia el riesgo. La experiencia ayuda a entender el curso de las cosas, pero no es definitivo. Solo el amor mejora la vida si es compartido. Ni el cielo y las estrellas, ni el dolor y la enfermedad, el amor es el límite. Hablo de dona.

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