sábado, 16 de agosto de 2014

Una promesa.

Como cada día, termino el de soslayo afirmando que debiera hacer lo que no he hecho: escribir una canción.

Confieso que no soy capaz de escribir una canción. Lo he intentado tantas veces que ya lo doy por imposible. Y lo siento en el alma, porque era una promesa: había empeñado mi palabra de escribir una canción. Debiera haber empeñado la bicicleta y no mi palabra. Mi palabra ya vale menos al darme por vencido. ¡Joder, dona!.

Insulta quien ha perdido la inspiración. Insulta saber que nunca la ha tenido. Insulta no cumplir una promesa.

Sería una decisión arriesgada pedirle al Sabina que me escriba una canción para cumplir mi promesa. Nadie se ha atrevido a tanto. Antes me haría un haraquiri. En este momento tengo la sensación de no haber salido de una caverna. Me siento perdido y sin inspiración.

Si bien es cierto que nadie está obligado a lo imposible, si debería obligarse a cumplir una promesa.

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