Quien usa la palabra con fines dañinos ha de saber que la propia palabra le devolverá el daño sin posibilidad de consuelo ni arrepentimiento. La palabra es brutal, especialmente con la gente que la utiliza con fines miserables. Entonces la palabra se pone de soslayo y solo se lee entrelíneas y se deja malinterpretar. Cuando la palabra se malinterpreta rompe la línea fina de la vesania. Y malo si pretende aparentar ser una persona cabal: sería la muerte. Ojalá no se valga de ella para ser libre. La palabra no se lleva bien con lo más guay. Ante lo que pueda venir urge estar preparado de noche y de día porque habrá que aprender a decir la verdad. O negarse a mentir. Y ya puestos a aprender, conviene aprender cómo gestionar el éxito ante el fracaso. O viceversa. Recuerdo un libro, pero no el nombre ni su autor. El libro era caro, no estaba al alcance del salario de trabajadores con contratos basura. Y llevaba preguntas, las respuestas iban a cargo del lector. (Y la curiosidad mató al gato y abrí el libro y leí la primera pregunta: ¿Recuerdas cómo nos conocimos? Y caí en la cuenta de que estaba solo). Gracias.
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