A Carmen, mi esposa, le dije que mantuviera la confianza y creyera en los dos. Mi esposa no se fía y tiene razones. Si eran razones ya no lo son. Lo que tuviera que pasar pasó. Carmen, cansada de tanta indiferencia y de no saber qué había hecho mal no se fía. Mi esposa no hizo mal alguno, pero se culpó. Carmen es persona de gran humanidad. Amor, le dije, sin dejar de ser la que fue es otra y tiene mi confianza. Confía en ella como hija pródiga que es. La conozco mejor que se conoce: no nos defraudará. Además, las noticias que van llegando son buenas. Súbete a la fe. Mi esposa respetó la confianza y llegó la esperanza y juntos la echamos a andar. Después recordé que Carmen es mujer y seguiría dudando. Lo cierto es que no hay valor en una promesa a no ser que se sepa de antemano lo que no se sabe y despertó la sempiterna duda que hay en mí y acepté la compañía de una dama, peregrina del amor, para el camino. (¿Gracias? Tengo contigo una deuda de gratitud. A ti, gracias a ti. En Les Seniaes la floración del azahar estalló y elevará nuestra promesa de vida. ¡Fuerza!. Te quiero). Gracias.
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