Joaquín Sabina es un hombre de ciencia definición, puesto que siendo una síntesis de sí mismo todo él queda reducido a su extraordinario talento. Advierto, para curarme en salud, que podría tener asuntos inaplazables por zanjar. Joaquín Sabina es sensible, lo describe y a la vez lo disculpan sus composiciones poéticas. Sabina se resume a sí mismo, no hay otra posible comparación, ni existen señas de identidad figurativa, distinción o descripción; ninguna referencia para ubicarlo que no sea en el espacio de sus convicciones y su ideología izquierdista. Tampoco coordenadas para hallarlo si le diera por irse. Sabina tiene porte conclusivo, no existe sensación moral en su aspecto ni ridículo eufemismo. Ningún sofoco de grandeza, ni recelo ni pecado capital más allá de su doliente humanidad tocada de excelencia. Joaquín Sabina es persona de modesta vanidad y egoísmo democrático que no le disgusta ni cansa parecerse a sí mismo. Claridad de pensamientos, enunciados geniales, salidas de pata de banco brillantes, desbordante ingenio, acento de poeta. Hablo de Sabina, Joaquín Sabina y su explosivo sarcasmo con la rara propiedad de no herir al oyente nada más que lo justo, pero golpeando a su destinatario hasta el dolor. Hábil y dispuesto para su palabra que no considera réplica porque no es persona que se obligue a decir siempre la verdad. Personalmente me fascina que sin mancar la palabra sus decires sean tan deslumbrantes. Escribo al genio creador Joaquín Sabina, cantautor de garganta profunda, tutor de la palabra, poeta del amor bien entendido, trovador de la vida. "El Sabina".
En de soslayo. Sábado, 12 de febrero de un cumpleaños feliz.
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