Ayer mi esposa tuvo un compromiso y, como las fiestas de etiqueta, el compromiso era una cena de amigas con compañía y sí, cariño. Y para mayor dolor en otro pueblo. Olvidé la cartera, estaba invitado, en cualquier caso no la hubiera llevado, pero no olvidé la máscara. Joder, dona, mi esposa me conoce y sabe. "Airaos, pero no pequéis: No se ponga el sol sobre vuestro enojo". (Efesios 4:26). Con el perdón. Antes de cenar llegaron las presentaciones y los codazos y cada cual a lo suyo, a sea, yo no había ido. Hasta que con los postres llegó la pregunta que impaciente esperaba con las entradas: -¿Y tú? -¿Perdón? -¿Tú qué haces? (¿Estudias o trabajas? Dios mío, ampárame). -Yo escucho. Me contó lo que todos sabían menos yo. Aquel señor se conocía a sí mismo y sabía dónde estaban sus límites y ahora disfrutaba de uno de sus negocios más rentables. El riesgo fue grande pero mereció la pena, y empezó con los pormenores hasta que me di cuenta que su negocio era mi dolor de cabeza y le pedí perdón y a mi esposa la llave del coche y eché el asiento hacia atrás y ya amanecerá otro día. Gracias.
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