miércoles, 10 de agosto de 2016

Pariendo una esperanza.

Es fácil escribir. Se trata de aporrear el teclado y luego haya paz y después gloria. Imprescindible para mí escribir, y sentir y no desfallecer. Al escribir intento ir más allá de lo que mi comprensión alcanza, y a pesar de que eso me confunde, no importa porque me acerca a Ian y me aleja de la muerte. Ser viejo y saber más que nadie es realmente insoportable. Y tal que así van pasando mis días.

Me resulta más fácil escribir que mear... Cuando escribo no me entero que tengo que mear, es cuando llegan Ian y Patricia y al llamar a la puerta entonces me apeo y les digo: vale, ya os oí pero antes tengo que mear, que me meo. Si escribir me resulta fácil, ¿por qué soy incapaz de coordinar mis actos y mis necesidades fisiológicas? Soy un cuadro clínico, o la oportunidad que me brinda la vida para ser feliz. 

Cuando escribo un cúmulo de verdades incontestables me mueven hacia arriba y soy inmune al duelo. En la cabeza he de tener algo pusilánime que no se atreve a abordar mis desavenencias mentales... Mi salud mental se la confío a la dama que no me deja ir. Mientras, yo a lo mío, a intentar parecerme más a Ian. Eso sí, Ian sin coscorrones. Los coscorrones de Ian me duelen más que a él pero son suyos. Los suyos son suyos y los míos son míos. Los míos, por eso de que los llevo y no me entero, los come con pan mi esposa. Qué gracia, ayer con mi esposa los dos cavilando llegamos a la conclusión que cuando seamos más viejos romperemos relaciones con nuestras hijas y nos dedicaremos las horas, el amor y los cuidados sanitarios. Los más viejos necesitan mucho amor y cuidados sanitarios... Pues sabe qué, amable lectora, fue reírnos de la estupidez y mi esposa abrió el cajón de los santos remedios y cogió el espray para que le diera un masaje porque no soportaba el dolor de huesos... A pesar de saber como sabe que los huesos no duelen, duele el alma y todo lo demás, pero los huesos no duelen. Lo que lleva a pensar que los viejos tenemos mucho cuento. Y cuanto más viejos más cuento.

Qué no daríamos por un porvenir ameno hasta la muerte. A veces imagino un futuro de belleza ideal y otras veces echo a correr por miedo a que me caiga el mundo encima y me aplaste como una espinilla. Cuestiono el día que escribo, a pesar de dibujar en cada hoja la mejor risa que recuerdo. Seré apenas si no soy capaz de imaginar unos ojos negro azabache y arrebatarles la mirada. No estoy soñando, estoy pensando qué seríamos los unos sin las otras... Ojalá todo el mundo cupiera en el teclado y mis dedos fueran capaces de dar refugio a todos y a todas. Paz y Amor. Sean muy felices.

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