De vuelta a casa, en el pueblo de Patricia aún están en fiestas y eso me ataranta. Insoportable el olor a pólvora y los tambores y las cornetas y las campanas y los demás ruidos matadores. De no ser porque otros asuntos me obligan a estar en casa volvería a Valencia con la niña de mis ojos.
La vecina chismosa me cuenta que el país sigue con malas querencias políticas y el pueblo de Patricia de fiesta como si no pasara nada. Se extreman los amores y ya a nadie parece importar. Pues yo estoy servido, y aunque no es lo más deseable, el asunto va para septiembre: es sabido que agosto es inhábil para casi todo, incluido el amor. Agosto, precisamente este mes de agosto, no es lo más recomendable para mí salud mental. Me hace mal agosto y otros versos, no tanto agosto como otros versos, pero no depende de mí. Más temprano que tarde entraremos en razón y volveremos a fortalecer los lazos que de un tiempo a esta parte aflojaron sus amarres. Siempre ocurre así cuando el resultado es el mismo: a la fuerza ahorcan. Si se hubiera dado privilegio a la buena correspondencia, al café y las pastas de té de otros tiempos el costo sería otro y otros los versos. No tengo más que decir, pues si lo digo, la paz no enlazará con mi espíritu, sea como fuere, insisto, no depende de mí: solo esperar el desenlace final. No habrá resentimientos y volveremos al amor si es por mí, aunque el amor sea otro. Hubiera preferido el diálogo y no la pataleta fingida: avisados estaban. Eugenio siempre aconsejaba no menospreciar al débil. Sabio consejo. El abuso y el deprecio dejarán de ser tendencia en septiembre.
Kristel dijo no a otros versos y desde hoy mis versos serán otros. O vuelvo al amor y la santa poesía o me tiro al monte. La decisión es arriesgada, porque nunca se sabe, pero me estoy volviendo loco y eso no. O más loco y eso menos. He pasado un fin de semana en Valencia con Ian y mis tres mujeres y eso es impagable. Soy un mujeriego, ya me entienden. No dejen de intentar ser felices. Se les quiere.
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