viernes, 26 de agosto de 2016

Crónica de mí mismo.

Traigo a de soslayo tantas contrariedades que no entiendo, que es posible que los dos seamos lo más parecido al completo vacío o la nada. La nuestra no es una relación sin pies ni cabeza: los dos somos la misma cosa. A veces reviso lo que escribo y no me entiendo. Como persona no me merezco, como proyecto para la ensoñación tampoco. ¡A vivir que son dos días!.

No soy de mucho alardear de mi ignorancia y eso no es bueno, y peor que no tenga una cuenta abierta en alguna red social. No me pondré al día en lo que me quede de restos. Después, porque la cosa va a mucho más, mantengo una complicidad con la palabra que no explica... quizá no quiera delatar a quien dedico el comentario. Sea lo que sea, es parte inevitable de mi conexión con el texto que avanza según el querer que me une con quien tal vez me desune. La cosa tiene guasa. Debo escribir claro para que al menos yo me entere de lo que escribo. Me gustaría escribir cosas interesantes pero mis desvenencias van para locura, aunque sé que crecería aceptando mi realidad. Escribo pero no me comprendo: quiero escribir cosas que emocionen y no soy capaz. Escribo y borro lo que escribo, apago el ordenador y me acerco a Les Seniaes y a veces no me encuentro. Daría lo que no tengo por reconocerme en la palabra. Mi escasa capacidad literaria me impide escribir razonable por carecer de talento. Y a peor, cuando me doy cuenta, con ánimo espurio aporreo el teclado en busca de decires armoniosos con la vida sana. Mi memoria no recuerda ni siquiera por qué tu risa y tu mirada aún las llevo clavadas en el alma. Necesito aliviar el dolor que me produce tu recuerdo o alcanzaré la autodestrucción a poco que saque a pasear mi innata capacidad para emborracharme de palabras inexplicables. Me apeo por hoy, un viernes que se presenta complicado: basta con intentar hilar lo que escribo. Sean felices y gracias.

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