martes, 23 de agosto de 2016

Aquella mirada de soslayo.

De recibir patadas y permitir decepciones nunca aprenderé. Traigo a de soslayo un estado afectivo de ánimo... Sucedió paseando con Ian y Patricia. Eramos amigos, nos encontrarnos al cruzar la acera, y a los dos nos salieron palabras de compromiso que valdrían para otras y no para nosotros. Ocurrió ayer, por eso nunca escribí sobre el tema. Las verdades convienen cargarlas de certezas. Nunca olvidaré su rostro de preso encarcelado en una celda sin barrotes y sin carcelero. Escribo al amigo que tuve en mi pueblo antes de ser simplemente el pueblo de Patricia. De él, como amigo recuerdo lo que importa. 

Después de tantas decepciones esparcidas por años (6 ó 7), le dije que me estaba yendo. Sabía que no me entendía: buscaba una disculpa asumible. Éramos amigos y no confiaba en mí. Le expliqué que era lo que veían sus ojos, que confiara en mí; también estaban los hechos además de los ejemplos. Nunca le defraudaría. No me conocía lo suficiente y se dejaba llevar por gentes interesadas... No le di motivos para tanta desconfianza. La verdad era esa y con el tiempo me confesó: "no podía confiar en ti". Nunca llegué a saber el por qué, a no ser los motivos que pudieran tener aquellas otras gentes interesadas: se dejó llevar. Supongo que no le mantendrán la confianza ahora que dejó de ser lo que era (no merece el infortunio aclarar lo que era). En mi manera de ser el interés no cabe, ni en la de él, nos diferenciaba la defensa asociada ante cualquier circunstancia y sin importar el quién. Un día al salir de un acto le pedí explicaciones por un comportamiento abyecto que tuvo hacia mí y me dijo que sí, que tenía razón y me pidió disculpas. Fue la aclaratoria que confirmó la duda: obraba en conciencia y solo podía irme. Ya no me estaba yendo, me había ido.

Y digo que nunca olvidaré aquella mirada de soslayo y el cruzar la acera con prisa y mucha prudencia: miraba a todos lados menos a mí. Ni un esbozo de sonrisa agradecida. Los años curan las heridas y a veces tergiversan la verdad. Ahora él tiene otros asuntos inaplazables que tratar y yo los míos, aunque ninguno tan importante que nos impida tomar café y hablar de la vida y la familia y otros tiempos. Los dos sabemos que eso no ocurrirá. A mí eso me rompe el alma. Este no es un decir absurdo, tartamudo, y sin una historia detrás, este es un estado afectivo de ánimo que no sé si supe explicar. Puedo decir a más que me alegré al ver sus ojos en directo, no tanto aquella mirada de soslayo. Supongo que le sigo queriendo. Sean muy felices y no digan no si es sí. Con el perdón.

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