En la vida crecemos y con suerte llegamos a viejos, llegamos maduros, es la edad que llamo de la autoestima, la sabiduría y los consejos. Con el paso de los años atesoramos en el corazón los mejores momentos. También miserias propias y ajenas. A pesar de saber que el corazón entra en paro cardiorrespiratorio si uno atesora lo bueno y lo malo al tuntún. Lo bueno es la potencial semilla que prende y extrae desde lo invisible el asombro. Lo malo pesa más, simplemente es la muerte. Nacemos inocentes, luego pasamos a justos y definitivamente a ecuánimes. Si tenemos suerte y llegamos a mayores, con experiencia y aprendiendo (sin morder la mano que te da de comer. O te la puede dar), esa edad es legendaria y cuanto menos yo no la cambio por otra. El comentario que hoy traigo a de soslayo es la confesión en papel de estraza que humilla al inocente y a la vez pretende impedir una demanda que no resistiría una auditoría visual (¡firme ese decreto ya, no sea estúpido!). Una cara de buena gente no redime el abuso y sus pesares. La ignorancia que no se avergüenza de mostrar lo que no sabe ni explica por qué no se rinde ante la evidencia y se deja de circunloquios. El caso fue tan político que comenzó donde debió terminar. Y la rueda sigue rodando. (Oiga: para pescar hay que mojarse algo más que los pies, o sea, obrar con inteligencia, proteger su administración, ofrecerse como un padre a una hija y entregarse a un amante frente al mar una noche sin luna). Gracias.
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