No sé si cambiaría algunas cosas de las que dije, hice, o dejé de hacer. Pude haber hecho cosas que no hice, pero no sé si de haberlas hecho merecerían la pena, si no para mí, para otra gente. Vivo los años altos y parece que, si no hago balance, ajusto cuentas entre lo que pudo ser y no fue. Ay, importa saber que estoy en paz conmigo, y que me "sana el alma" (nunca mejor empleadas las comillas). En este punto, y para no llevar a engaño, días atrás escribí que "no puedo dejar un verbo en permanente conjugación". Y sí, no pienso dejar un verbo en permanente conjugación: hablo de la familia, y los hijos primero. (Esto se tiene que acabar). Los padres nunca dejamos de preocuparnos por nuestras hijas. Las hijas se van de casa y en su caminar, según sople el viento de sus benditas necesidades (hay experiencias que una mujer no tendría que vivir). Y aunque no deberíamos (por acuerdo previo) ir en su auxilio, porque tienen que crecer y hacerse mayores solas, son nuestras hijas... Hoy traigo a de soslayo una realidad verdaderamente trágica: el comportamiento de ciertos empresarios amigos de Rajoy y de los más espabilados administradores públicos que muestran un machismo con tufo misógino y aire de cavernas que me lleva a "acusar recibo", puesto que nuestras hijas están siendo maltratadas psicológicamente en pueblos bendecidos con el favor de la ley. (Disculpen, me llegan noticias esperanzadoras: Marx, Karl Marx, no ha muerto, nada está perdido). Gracias.
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