Una mujer y una violeta (I)

Era tarde, eso lo recuerdo (llevo meses y años y...) cuando, aprovechando que el calor daba una tregua, tomé la noche por aliada y decidí adentrarme en Les Seniaes por el camino descaminado que improvisaron los carros y carretas, y allí estaba: desgarbada y flaca, con unas ojeras que presumían llevar demasiados días sin dormir, probablemente haciéndole juego con sus andrajosas ropas y una mirada tan perdida en sí misma como seguro nunca la puede tener alguien en su sano juicio (la salud mental hace estragos). Al verla empapada, desamparada, confusa, sin saber qué hacer y con una flor en la mano tuve el impulso de ayudarla. Pero aquel aspecto me intimidó, aunque creo no tuviera fuerzas para hacerme daño. Así que, con su imagen grabada en mi mente, continué mi camino. Y, caminando, después de cierta distancia, pensé que fui poca persona al marcharme sin interesarme por ella: algo tenía que hacer, entonces volví por mis pasos. Allí seguía con la flor, desamparada en el mismo lugar que la dejé y en el mismo estado descompuesto. Y volví a no saber qué hacer para ayudarla: nada se me ocurrió, solamente le pregunté si necesitaba auxilio. Ni me miró, entonces me fui pensando que Dios, si quiere, le ofrezca la ayuda que no supe darle. (Quizá mañana, si amanece, y en casa, quiero escribir lo que recuerdo. Lo dejo por hoy). Gracias.