Apenas recuerdo a Eugenio, mi viejo y sabio amigo. Debiera encargar a un peregrino del amor un relicario para la cabeza y guardar en él los recuerdos de las mejores personas y sus ejemplos para cuando me vaya sin haberme ido, y vuelva, no me encuentre con la cabeza hecha un lío y, fuera de mí, lo envíe todo todo al olvido, lo bueno y lo mano. De cuando en vez veo a la hija de Eugenio, a su nieta y, más de lo que quiero, a su sobrina con la melena rubio de bote al viento. Hay gente buena y gente mala. Hay gente buena que hace cosas malas. Pero no hay gente mala que haga nada bueno. Y si por un descuido del maligno tuviera la ocasión de hacer algo bueno por alguien, ¡ni por su marido!; esa mujer no hace nada bueno por nadie y ahí lo dejo. No lo dejo porque hay más: un asunto relacionado con mi esposa me obligó a hablar con ella pues, además, es el centro del universo. Qué lástima. (La memoria me trajo un recuerdo en blanco de la mano del campeonato de truc con agradables y pensantes tertulias que están organizando para las fiestas del pueblo de Patricia y me falta Eugenio). Gracias.
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