Me confieso cobarde. Los cobardes nunca hemos sido bien vistos en la sociedad. Y tenemos que soportar los más rastreros desprecios, como si no alcanzáramos la categoría de personas. Nadie nace cobarde, tampoco es vocacional. (¿Y dónde fue a parar el orgullo generador de conflictos? Lo que la gente entiende por cobardía a veces es prudencia, porque los cobardes evaluamos el riesgo y las consecuencias antes de actuar). A los cobardes nos ofenden hasta la vergüenza y ni pestañeamos porque sabemos que pronto tendrán que negarse a sí mismos y contaremos nuestra versión de los hechos: siempre vivimos para contarlo. Tenemos una capacidad camaleónica para adaptarnos a las circunstancias. Somos criaturas en permanente mutación y hemos aprendido a ser felices en la oscuridad. Y todo, al contrario que los valientes, íntimos de los enterradores. (Pero si un día por causas inexplicables nos diera por salir en defensa de una causa de alta traición pudiendo llegar a ser un algo personal; pues ni con esas: jamás intentamos aparentar lo que no somos, y entonces, simplemente huimos). Gracias.
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