martes, 22 de diciembre de 2020

La obediencia es la luz del ciego.

Los imagino compartiendo despacho discretos, pensando cómo hacer frente al día ahora que su gestión es compartida. Los imagino planificando el martes de asuntos inaplazables que se les viene encima. Los imagino angustiados por la posibilidad de comparecer como testigos ante los ojos de Dios. Los imagino cambiando de despacho. Y yo me imagino ayudándoles a hacer la mudanza. Toda ayuda es poca si se trata de aguantar hasta que la muerte, el único asunto inaplazable que existe, los llame a casamiento. ¡Vivan los novios!. Se trata de intoxicar el ambiente y convertir la realidad donde habita el olvido en una ciénaga. Si la realidad que nos ha tocado vivir es así, así hasta la muerte, yo me apeo, y no respondo por nadie: cada cual tiene su cruz y su patíbulo. Además, ahora ya nadie tiene la necesidad de hacerse el haraquiri, la sagrada eutanasia es legal. Disculpen, se me ha ido la luz de casa, una avería eléctrica, supongo, y acabo de escribir una burla acerca de los que no se fían de sí mismos y delegan sus atribuciones. (La obediencia es la luz del ciego en un mundo sordo y mudo). Gracias.

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