Mi esposa, con la cara del recelo me pregunta si no viviré más allá de lo que creo al ser lunes y no haber echado hacia atrás las manecillas del reloj una hora el domingo. Hacia atrás una hora. Hacia atrás ni la vista. Sin embargo, por romper la rutina echaría al suelo el reloj y el jodido cuco y la pared donde lo tengo colgado. Si echo hacia atrás las manecillas del reloj pierdo una hora de mi vida. Y mi vida es mía y me pertenece entera. No pienso perder una hora de mi vida que quizá sea un antojo politiquero, porque llevo años oyendo que este será el último año que cambiamos la hora. Un antojo politiquero nunca, pero si el encargado de la lista de los amanecidos borra una hora de la vida de mi esposa antes que a mí, suya es una hora y mi vida entera. Espero seis meses y vuelvo a tener el reloj en hora. O un año, si la pandemia no remite. Reloj, no marques las horas, como la canción. Las cosas claras. Porque si las cosas no están claras surgen malentendidos. (Y los malentendidos son una fuente de inspiración. Una musa. Ay, qué no daría yo por una musa y dejar para otras los malentendidos). Gracias.
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