Todo tiene un principio y un final, y de la mayoría, apenas sabemos lo suficiente. Incluyo el coronavirus. Y de estupendos no salimos y otros vendrán que buenos nos harán o no. La sabiduría, si hablamos de aprender y cumplir propósitos de vida, no llega. No es nuevo, pero insisto, no soy fan de las redes sociales. Las redes sociales quiebran las relaciones humanas y los que por allí pululan sucumben en sí mismos; no aprenden ni cumplen propósitos de vida. Nada como un café y unas pastas de té en agradable tertulia para habitar los corazones. Si necesitan una mano y un brazo pegado a un hombro, desatiendan las redes sociales. A poco de escribir su nombre, su nombre se convierte en una frase hecha de cajón y sus menesteres en rezos. De estupendos, nunca aprenderemos. Gente hay que tasa los sentimientos y llena su vida de dificultades y su amor lejos de ser poesía es fingido amor. El amor que alejamos de nuestra vida nunca volverá a ser parte de ella, se transmuta en una frase hecha de cajón en una red social y ahuyenta los días de ternuras entrañables y buena correspondencia. Gracias.
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