En esta vida triste de morir tenemos que reír, ser positivos, soltar amarras y reír. Y reír. Pero antes solucionar los problemas pendientes. Y después reír mirando al frente. Siempre reír para vivir aunque duela el alma. Si hubiera una lista de urgencias reír sería la segunda, la primera comer. Que nadie tenga que elegir entre comer o reír. Comer y luego reír. Esta vida triste de morir necesita motivos para reír, porque reír por reír es autoengaño. Y reír. Reír sin que falte alimento a la familia, y los hijos primero. La risa fingida o fumar un porro no vale, además, llamarían al loquero y nos encerraría en el manicomio. Una amiga (la mantengo en el anonimato para no dar qué decir) me remite a san Francisco de Sales: "un santo triste es un triste santo". Reír a pesar de los de abajo y los de más abajo; los que perdieron antes y ahora. Y si para que la familia, y los hijos primero coman tenemos que joderle a Jesús el Cristo el milagro de los panes y los peces no habrá ni alegrías. (La nueva normalidad vendrá con cara de sepelio a poner a cada uno en su sitio y el sitio en su lugar y será digno como digno su salario). Gracias.
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