Yo vine a morir al pueblo de Patricia y morí pero no encontré el sosiego anhelado y resucité. Yo no soy de mucho perder el tiempo. Vine con dona. Resucité y me entregué al viento de Les Seniaes. Luego tropecé con Eugenio. Bendito tropiezo.
A mí, la vida en el pueblo de Patricia no me vino por el camino de la fe, me vino por el camino de la amistad con Eugenio.
Mi viejo y sabio amigo Eugenio tenía un huerto en Les Seniaes y cada día almorzábamos juntos bajo un naranjo.
Eugenio me contaba historias del pueblo, de unos y otras. Y reíamos. Desde que Eugenio murió no volví a reír.
La realidad de aquellos tiempos no se parecía a la de ahora. La realidad en el pueblo de Patricia no fue fácil ni tan difícil, ni diferente a la vida de otros pueblos. Ni sus gentes. Sus gentes son un caso aparte en el teatro de la vida.
En mi sed de viajar y conocer otras gentes comprobé que sus gentes son caso aparte. De mirada incierta, como pegollo sin hórreo, son puro teatro. Y el pueblo de Patricia cuando encuentre su camino... Ayudaré a que encuentre su camino y me iré.
En mi sed de viajar y conocer otras gentes comprobé que sus gentes son caso aparte. De mirada incierta, como pegollo sin hórreo, son puro teatro. Y el pueblo de Patricia cuando encuentre su camino... Ayudaré a que encuentre su camino y me iré.
Hablo de Eugenio, dona, Les Seniaes. Hablo del pueblo de Patricia y sus gentes. Hablo de mi vida en tiempos de Eugenio, pero anteriormente hubo otra: Yo aquí solo vine a morir... Gracias.
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