jueves, 4 de julio de 2019

Asturias, yo nunca pude.

Escuchando una canción de otra vida en otro tiempo, me vino a la memoria mi Asturias quemada, masacrada, olvidada. Yo nunca olvidé mi pasado... Soy minero. Los mineros asturianos por aquel entonces éramos lo que un trabajador no debe ser para llegar a fin de mes ¿? La sirena temeraria en la plaza de la madera no anunciaba la hora del bocadillo, anunciaba una tragedia: Otro minero muerto. Una explosión de grisú, un derrabe, una mamposta, el qué no importaba, importaba el minero y su nombre. Y una esposa y unos hijos y una madre y un padre esperando que saliera de la jaula por la boca del pozo una camilla con un minero muerto. A veces salía uno y era el primero. Quedaban otros. Era cuestión de esperar. Mientras, solo los mineros de seguridad podían bajar al lugar de la tragedia y poco a poco sacar los escombros. Trabajaban contra el reloj porque el calor en la mina es infernal y acelera la descomposición de los cuerpos. No había tiempo que perder. Los mineros y familiares en el embarque miraban al cielo, no tanto el dueño que nadie conocía. El cura también estaba pero solo rezaba. Horas, días, sacaban a los muertos y enseguida saneaban el corte y de vuelta al tajo. No había alternativa. La mina cobraba en vidas humanas la tonelada de carbón. (Y aún hay quien le extraña mi personalidad de naturaleza sine qua non). Gracias.

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