Me obligo a escribir cada el día. Creo que si escribiera un día a la semana escribiría interesante, menos vulgar. Y mejoraría la sintaxis, la ortografía, ay, duele mancar la palabra. Corto de entendederas, escribir correcto para mí es ciencia ficción. No escribo como digo para conocerme mejor, no tengo deudos ni nostalgias, ni aparento tenerlo. Escribir me apasiona. Revelo que alguien me lee y a veces vuelve. Pero no comenta siquiera para insultarme cuando embriago de vergüenza la palabra.
En un país machista, amigo de sus enemigos, hipócrita. Un país se hunde en la pobreza y solo importa dónde acomodar los contenedores de miserias. Un país, un pueblo que proclama sus discrepancias, sus mentiras, a través de las redes sociales, además de los insultos. Nos hemos acostumbrado a lo peor que teníamos a nuestro alcance. Lo que ocurrió recientemente como castigo lo recuerdo y no lo olvido. Antes de escribir a los dueños de los partidos políticos y sus candidatos -por cierto, a Sánchez le dijeron no en el Parlamento, pero eso ya lo saben-, escribía al amor. Tal vez uno llevó a lo otro. No niego mis ideas políticas ni la visión que percibo de la sociedad. La visión que percibo de la sociedad con sus ejemplos me ataranta. Y luego nos atrevemos a nombrar la Constitución de 78 ¿? Vivienda indigna, contratos basura, sueldos de miseria, pensiones como único sostén de la familia. Muchos han perdido la esperanza de comer hoy y mañana. Culebrones mediáticos, falsas promesas incapaces de negarse a sí mismas. Un político, un dictador o simplemente un amiguito del alma, el asunto es ése. Hablo de la malsana conducta de trabajar para nosotros y los nuestros. La democracia y sus valores. Lástima que aún no sé quién cambió en mi vida el amor y la santa poesía por la humillación, la afrenta, el agrabio, la ignominia y etcétera. Gracias.
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