martes, 2 de julio de 2019

La hora de la merienda.

Cuando la poesía me niega su inspiración mi ordenador que me ordena escribe a libre albedrío el día que me gusta vivir y me lleva a pensar que lo peor está por llegar. Me salva mi yo. Mi yo inconsciente. Vivo enamorado de mí, o algo así, en mi impagable soledad. Y me importa nada la línea editorial de mi ordenador que me ordena... Ni el perfil de quien entra en de soslayo y me lee y no vuelve. ¡Qué falta de respeto es esa!. Así seguiré enamorado de mí, o algo así, en plan desquiciador.

No puedo seguir mintiendo, a esta hora de la noche dejo de escribir "Yo aquí solo vine a morir... (Y dos)", para centrarme en una sospecha que se desvelará a la hora de la merienda. Nada que ver con la incertidumbre que vive el país con los pactos o como quieran llamar a las elecciones anticipadas... (Votar y volver a votar no da de comer a no ser que uno o una vaya en la lista de los listos con el sueldo que se regalan según sus humildes... A más las dietas sin control. Transparencia, señores, trasparencia). Lo mío es peor: he de pasar la ITV al coche. No tengo palabras, me apeo, lo dejo por hoy, mañana sigo si no se me atraganta la hora de la merienda. La ITV, Dios mío. Pudiera decirse que en este ahora me siento un eurodiputado sin patria. Un legionario sin cabra. Ay. Si mañana no vuelvo compren un periódico y ábranlo por la página de decesos. Gracias.

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