Una amiga nunca ida, un día me preguntó sin venir al caso, como la mayoría de las cosas importantes de la vida, sin venir al caso: "¿Por qué luchar por lo que nunca será mío? A veces actúo como si fuera el centro del universo y hablo de mí como un tío sabio. Siempre lo digo: los viejos sabemos lo que no está escrito pero cuando leemos o vemos o comparamos o en el abandono quizá... Quizá y sin quizá: nunca me iré de ella, ni la dejaré ir en la noche desvelada. La tristeza vive en mí desde el día que no supe contestar. Saber. Querer. Poder. ¿¡Qué!? A veces clamo de urgencia que llegue el alba para escribir otro día porque el dolor activa mi mente y oigo su voz en el relicario de amor donde guardo su recuerdo... Y su risa y su alegría y su mirada de soslayo. Ojalá y que llegue el día y la Magdalena me permita volver a mi impagable soledad libre de culpas. La palabra impaciente espera que mi mente absurda entre la fe y la esperanza me de la oportunidad de contestar su pregunta. Amor inmarcesible. No dejaré de escribir entrelíneas su nombre cada día. Mientras viva. (Disculpen la melancolía). Gracias.
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