Un domingo de decir siempre la verdad escribo el día y enseguida me doy cuenta que una angustia me hace daño porque el futuro fue ayer, me entrego pues a un futuro reciente y no me salen las palabras; pero hoy es un día diferente al de ayer así que nada de tangos tristones ni boleros tragaderas, si no soy capaz de escribir un día feliz no escribo y se acabó, no pienso ser esclavo del infinito amor de nadie: el amor no es eterno ni las noches se desvelan porque sí. Siempre hay una razón, un motivo, un aquel por el que merece la pena ver amanecer. Soy un privilegiado que quizá llegue a ministro porque Hacienda no llama a mi puerta: la dama que no me deja ir ratifica que torpe de entendederas no sé ni quiero aprender. Mientras, viviré un estado de ánimo comprometido con la esperanza y el amor paciente; no me comprometeré con nadie que prometa volver y no vuelva, a quien nada quiere le doy con la puerta en las narices si aún no me ha robado la puerta. Y qué gracia empiezo a escribir y me pierdo entre los renglones. Pero me encuentro y advierto que lo mío no es la imprudencia, entonces creo que me pierdo ex proceso sin obviar hechos que rompen la paz del sueño que da paso al ensueño extravagante. Vaya dislate, lo dejo por hoy o acabaré escribiendo que vengo de abajo y no acabo de llegar... (Yo no me arrodillo ante nadie ni vendo a los míos: Los míos son intocables. Ideales aparte, amor, no escribo resentido solo decepcionado y preocupado por ti). Gracias.
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