jueves, 28 de junio de 2018

El éxito y el fracaso van de la mano.

Días atrás traje a de soslayo el riesgo que se asume al gobernar con la mentira y hoy, después de dejarme llevar por lo que ven mis ojos, creo que gobernar es un riesgo de cualquier forma. Tengo ejemplos irrebatibles, no me explico las tragaderas que tienen los votantes. Vivimos de las apariencias y eso conlleva el malaje: los porcientos en euros o especies y la compra de voluntades es tentador para quien vive de un salario y casualidades de la vida le ofrecen un cargo público y enseguida el corrupto de turno lo capta para inconfesables fines. Confiado cree que el erario es suyo y suya las maneras de gastarlo. Los tiempos que corremos son de trasparencia en la gestión y yo no me fiaría porque no se descarta que quien venga detrás, y antes de hacer bueno al que se fue le plante una auditoría y... Una auditoría contable no la supera una gestión amiga ni con pastillas de colores. No hay éxito que se mantenga en el aire porque lo que sube baja. El éxito sin solvencia está destinado al fracaso, además sacude el carácter depresivo con el manejo del poder sin control. Hoy en día nadie se atreve a sustituir a nadie y aprobar su gestión incluidos sus estropicios porque no. El que más y la que menos ha aprendido la lección y sabe lo que conlleva desafiar la legalidad vigente, aunque lo de Jorge Rodríguez marca un récor difícil de superar... Presuntamente. La avaricia rompe el saco. Y la estupidez y la hermosura de tu cara y los aplausos, ay, los aplausos, y etcétera el alma. (Me cuentan que ya presentó la dimisión de sus cargos y le han dicho sí, cariño). El éxito y el fracaso van de la mano. Gracias.  

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