Esta mañana, tomando café con mi esposa, me previno para una buena noticia. Por ser una buena noticia, necesariamente tenía que ser de salud o familiar. Y en el santiamén del milagro, porque en este peregrinar mío, muy atrás tengo que ir para encontrar una buena noticia, y no recuerdo. Un milagro tenía que ser. Ese día llegará con la noticia necesaria para recuperar la salud mental. ¡Dios mío!. Felicidades. La esperanza nunca la perdí, aunque reconozco que estuve a punto de entregarla. No estoy acostumbrado a recibir buenas noticias. En la vida entregué proyectos buenos y malos, y enterré ultrajes. Entregué deseos que no fui capaz de realizar, y aquello que perjudicaba mi salud sin enjuiciar su origen. Viví tiempos difíciles y estuve tentado a rendirme, pero el vocablo "rendición" no figura en mi vocabulario, además, alguien dijo que el ensueño del rencor produce demonios, así que no. Ganar o perder tampoco es prioritario para mí. Aunque hablamos de salud o de familia. Si de salud, mucha suerte y mucha ciencia; si de familia, la cosa cambia. Si Dios existe, tendrá que ser justo y no consentirá que se salga con la suya quien, a sabiendas, hace daño a la familia. (La familia es sagrada, ¡so burro!). A veces solo un poeta lo explica para que los torpes de entendederas lo entiendan. Pues pido ayuda a un poeta, William Shakespeare: "Ama a todos, confía en pocos, no le hagas daño a nadie". (A pesar de que haya sido por las malas, sabía que harías lo correcto). Gracias.
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