Hoy, sábado, 2 de diciembre, temo que empiecen a felicitarme la Navidad. Eso es un verdadero calvario para mí, porque el espíritu navideño que caracteriza la Navidad, yo nunca lo he sentido. Se pudiera decir que, de golpe y porrazo, he olvidado mi infancia, perdido mi inocencia o, simple y llanamente, me llegó la hora de creer solo en la ciencia y en Amazon (El Corte Inglés de soltero). Las calles de los pueblos lucen bombillitas de colores creando motivos navideños, belenes y caganers, y con abrazos y más besos vamos dando la bienvenida a las fiestas navideñas. Al margen de lo que yo siento, lo cierto es que no veo la alegría de la Navidad en la calle. La crisis económica nos está pegando duro, nos aflige el ánimo y el deseo con la misma fuerza y crudeza, con la que nos está afectando el bolsillo. La cesta de la compra y las familias siguen sin llegar a fin de mes. ¿Quién puede entonces tener ganas de cantar villancicos en tales circunstancias? Ay, no sé yo. Pues la burra ande o no ande: ¡Viva la Navidad!. Démonos la paz y pidamos a quien pueda que salve a quien sufre la pérdida de un ser querido (vivo o muerto). En fin, seguiremos hablando de la Navidad, de una amiga, Rox, por ejemplo, que me envió unas hermosas palabras desde Argentina (lloro por ti, Argentina). De mi suegra y los cuñaos. (No le echen cuentas y sean felices). Gracias.
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