Para hacer sentir el peso de tu pálpito y la naturaleza hondamente humana de la impronta colectiva, la poesía tiene motivos de existencia que la cerrazón y el delirio no logran comprender como un bien espiritual de primer orden. Es cierto que veces nos envuelve el sinsentido que apoya el aserto de la utilidad con que, por ejemplo, Oscar Wilde, sentenció la función social del lenguaje poético. Estoy pensando y busco en la oscuridad del silencio un algo para escribir. Se aparecen unas luces que parpadean: ¿Eres tú, poesía? Me confundes y me haces dudar. Pienso que que cierras filas con desgana el capítulo de tus días acaso agonizantes. ¿Estás segura de que es amor lo que sientes? Sé que no tengo derecho para entrar en tu vida. Sin embargo, quiero escribir y me siento cansado. Me vuelves loco. El abatimiento me imposibilita, es el maldito frenesí mental. Todo me perturba, estoy absorto en mi desdicha. La luna ya no acaricia mi frente con sus besos de labios plateados. Es esta una percepción que quiero aclarar diciendo que no es reciente, que la luna hace tiempo que no me besa. Si al menos con el deseo de un poema y a pesar de su incuestionable relevancia ontológica. La luna me inspira. No hay duda en torno al hecho de que la poesía es la más encumbrada expresión estética de los sentimientos y la más cercana al testimonio vital del amor. Pero el amor es invento humano y cualquier cosa vale para arrancarle un verso. La poesía siempre está presente en la más radical revelación por la sobrevivencia del amor. La poesía precisa concentración para oír esa música lejana y crearse. Son las brisas del mar y sus brumas; las luces de sirenas que flotan en el preámbulo de una encarnación literaria. Vaga entre la palabra como un náufrago, y también tiende a perseguir la muerte en las sinuosidades de la locura. Divagaciones presas en el lenguaje poético con sentido filosófico que invitan a la reflexión en un mundo atribulado por la violencia y los desafíos que requieren de la templanza y de la visión trascendente que logra quien se sumerge en la poesía. ¿Percibes mi confusión? Te veo, te sonrío: mascas un verso. Abres los parpados y vuelves a mirarme con tus ojos inspiradores. Pero no puedo escribir porque mis pensamientos están deshidratados. El pensamiento, como equilibrio a la hora de escribir me confunde, es una creciente propensión a dejarme envolver por vacuos predicamentos y sus tendencias enajenantes. La palabra ya no puede coordinar la concatenación de ciclos en la decadencia de mi prosa. Amanecerá algún día y unos ojos verán la distancia que nos separa en una estantería de libros que serán de soslayo en otra vida, donde la poesía me hará crecer y moverme como un ofidio en la pegajosa clandestinidad de un delirio de grandeza... Hasta que Dios y su María decidan lo contrario. Gracias.
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