Me llama Kristel con una preocupación inusitada en ella para decirme que si la hipoteca, la gasolina, la electricidad, la cesta de la compra, y lo que a peor no imagina acerca de su clientela. Kristel anda loca de la cabeza, puesto que no vende ni una camisa. No hace otra cosa que doblar camisas y devolverlas al perchero. "Nunca me costó tanto vender una jodida camisa". "Mi niña, esa lengua". Kristel y Patricia fueron buenas estudiantes (perdón, Ian, quise decir) y en casa jamás entró, ni por la puerta de atrás, la mala educación. Somos una familia humilde con la mejor educación para enfrentarnos al día, por escaso y malintencionado que sea. (Creo que a Kristel no le falta razón. "... y la paz de alma se entregó a las pastillitas de colores").
Nos estamos dando por vencidos y hasta salir de casa nos ocasiona ansiedad. Lo de salir de casa yo lo tengo superado, mi impagable soledad me permite leer y escribir todas mis horas: le debo la vida. En estos días cruentos solo un libro nos lleva al alivio. (No se rindan, desde los años altos, estoy en condiciones de afirmar, que toda crisis tiene su oportunidad). Gracias.
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