El problema no es escribir el día con alivio de pena, al contrario. El problema es vivir una condena sin culpa y sin sentencia.
Mi esposa me pasó por wasap unas fotografías viejas pero enamoradas, viejas, de olores rancios pero enamoradas. Fueron vivencias arcoíris con colores matizados: nada era blanco o negro. Fueron experiencias de una vida que, con el tiempo, se convirtieron en el peor cinismo. ¿Y qué fin persigue esa trémula mirada? Indiferencia. Demasiado abuso para que el amor lo deje pasar de soslayo. No es lo mismo defender derechos que profanarlos. Nada es personal. Una vida combinada con algo de todo lo que perdemos no la salva la santa poesía. Esa vida haría llorar la Biblia. Mi esposa no tenía que haberme pasado por wasap esas fotografías para que tropezara con ellas y me cayera encima una lluvia de recuerdos. Eso es, precisamente, lo que hoy me obliga a escribir. A veces, paseando sin disimulo por el bulevar de los sueños rotos del Sabina, me atrevería a olvidar y perdonar si algo hay que perdonar, pero en los años altos todo se olvida y se perdona menos la pobreza. Gracias.
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