Cuando la vecindad es una se hace
pueblo. Cuando una es la vecindad no se hace pueblo
ni nada que se le antoje. Se confirma pues una de mis
mayores sospechas a veces compartidas y nunca debatida. Así no se
hace pueblo ni se crea vecindad. Me salva mi impagable soledad, de lo
contrario, le pediría exclusividad a la dama que no me deja ir. Mal
anda el pueblo y mal anda la vecindad, y mucho peor la
amistad. La confianza. La credibilidad. La fe.
Acerca de una amiga que
cambió sus caderas de acera tengo escrito por ahí que no se fie de los que
se fía porque la arrastran al abismo. Hablo de política y digo que si hay que delegar funciones siempre al enemigo, al amigo nunca. A la amiga que cambió sus caderas de acera la veo mal y la
Magdalena sabe que la miro con buenos ojos. La veo mal porque está mal y no solo por fuera, también por dentro. Culpables sus asuntos
inaplazables a la trágala. A la trágala no porque antes está la
salud. ¿Y quién la obliga a aceptar sus asuntos inaplazables a la trágala? Es buena pregunta para ella si sabe la respuesta. Pero ya digo que hace mal en fiarse de los amigos.
Recuerden que hablo de política y no de amor. Hubo un tiempo y otra vida que se nos podía ver en amena tertulia tomando café en la terraza de un bar. Eran otros tiempos. Ahora los tiempos han cambiado como ha cambiado su risa y su mirada.
A su favor tiene lo que siempre tuvo: me tiene a mí, pero eso ya
lo sabe. De todo lo demás no sé. Perdón, tenerme a mí tampoco, a no ser que al verme no cambie sus caderas de acera y me hable y le hable y nos hablemos. (Lamento verte mal cuando te miro con buenos ojos: Culpables tus asuntos inaplazables a la trágala. Y sin saber qué hacer para más inri). Gracias.
Vaya !
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