Una amiga me regaña porque no me entiende... Pues yo ni le cuento. Me regaña o se compadece de mí... Dios mío.
Considero que amar a quien
representa algo en mi vida es un acto de fe porque de otra manera
no lo entiendo. Creo que amar a Dios es mejor y sobre todo menos arriesgado. A Dios se le puede amar porque nunca te defrauda. Y eso que cuando llega la enfermedad uno mira de soslayo hacia arriba como queriendo decir y Dios y María jugando entre nubes de algodón. Siempre hay un gran amor que es más, a veces
creemos que es menos pero al final sigue siendo más. La prueba está en que ese amor nos mira con la misma ternura. Entonces nos damos cuenta que la metedura de pata fue antológica: ese gran amor nunca se fue, esperó sin reproches el momento de volver a
ocupar el pedacito de corazón que le pertenece por derecho. Amores tuvo uno que se han ido y entre todos, el más grande, está a punto de volver. Ese gran amor aún no lo sabe, pero no tardará en volver
con historias increíbles. Y no descarto que venga acompañado de un chantaje emocional; pero y qué, a fin de
cuentas, en el amor, como todo en la vida importa lo que importa. El día llegará y la puerta estará
abierta y los brazos abiertos y la palabra sin fingimientos. El amor para quien ama, a veces, por eso de que es
cosa de dos, aunque duela, conviene dejarlo ir para que vuelva y cuando vuelva -sí, volverá-, será bienvenido. O bien hallado, pero eso a quién importa. Importa ése gran amor y que vuelva. Gracias.
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