Ayer me apeé en marcha del recuerdo que me había venido a la memoria al llamar al timbre de mi puerta (qué raro si siempre lo tengo desconectado) una enfermera vestida de paisano para darme la noticia de que un hombre casi loco como nube herida por el rayo se diluyó en orbayu, ni su coraje de gente valerosa lo pudo evitar. Rompió su promesa con la locura sin dar explicaciones y se batió en retirada como algunos enfermos graves que pierden la esperanza de sanar y el desánimo los abandona antes que la salud. El descaecimiento se hace dueño de sus vidas y amén.
Según la enfermera hacía tiempo que ya no era el mismo, quizá pisó la raya, nadie sabe pero acabó buscando cobijo en la barra del bar y en esas pastillitas de colores; le abrazó la confusión, su salud se deterioró considerablemente y así fue como el delirium tremens encontró otra víctima en el sistema nervioso de su frágil cerebro. Su única opción, el manicomio, y la mía: Hasta nunca buen amigo, te estoy realmente agradecido, fue un placer conocerte pero no iré a visitarte, temo que al verme me pongan una camisa de fuerza que me impida escribir de tanto abrazarme. Gracias.
Buena idea lo del timbre desconectado ...
ResponderEliminarUno de los mejores textos que has escrito.
ResponderEliminarUf, eres muy amable. Gracias.
ResponderEliminarTe deseo mucho éxito con tu nuevo libro.
Salud.