Ayer tuve cita con la dama que no me deja ir (la vi más triste de morir que siempre. Probe) y, mientras esperaba mi turno, me vino a la memoria un hombre casi loco que conocí en su consulta. Apenas conocernos nos caímos bien y nos hicimos amigos. No es difícil hacer amigos en un Centro de Salud Mental, no es como ahí fuera, en el bar o en el mentidero municipal. (Ni se imaginan lo que pierden algunas cuando cambian sus caderas de acera al vernos pasar). Me enseñó a convivir con mis desavenencias mentales en la cabeza. Su voz me llega de la cabeza cuando me grita.
De un hombre casi loco recuerdo que nunca estuvo rematadamente loco, pero se mantuvo cerca, bordeando la raya, ahí, desafiándola. No conocí a nadie que tuviera conciencia de su locura; nadie como él explicaba la locura con tanta cordura. Así, para tomar distancia y ponerse en un plano objetivo, recurría a la ficción para razonar sus controversias.
Sucede a personas que no están rematadamente locas y son de inteligencia superior y se dan perfectamente cuenta que su estado mental no es cabal. A estas personas las ideas les bullen en el cerebro con rapidez inusitada pero de forma confusa, aunque no tanto que les impida comprender su realidad. Viven un mundo aparte poblado de visiones que les llevan desde los tiempos de su infancia hasta los descalabros absurdos del presente. Son visionarios de sus propias fantasías. O quizá de la realidad que vive la sociedad en tiempos presentes sino es lo mismo. Es admirable la lucidez con la que describen sus síntomas y las causas que motiva su locura. -"¿Quién es? Disculpen, mañana sigo.
Vaya ...
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