sábado, 21 de octubre de 2017

Queja con llanto.

Cuando la vecindad es una se hace pueblo. Cuando una es la vecindad no se hace pueblo ni nada que se le antoje. Se confirma pues una de mis mayores sospechas a veces compartidas y nunca debatida. Así no se hace pueblo ni se crea vecindad. Me salva mi impagable soledad, de lo contrario, le pediría exclusividad a la dama que no me deja ir. Mal anda el pueblo y mal anda la vecindad, y mucho peor la amistad. La confianza. La credibilidad. La fe.

Acerca de una amiga que cambió sus caderas de acera tengo escrito por ahí que no se fie de los que se fía porque la arrastran al abismo. Hablo de política y digo que si hay que delegar funciones siempre al enemigo, al amigo nunca. A la amiga que cambió sus caderas de acera la veo mal y la Magdalena sabe que la miro con buenos ojos. La veo mal porque está mal y no solo por fuera, también por dentro. Culpables sus asuntos inaplazables a la trágala. A la trágala no porque antes está la salud. ¿Y quién la obliga a aceptar sus asuntos inaplazables a la trágala? Es buena pregunta para ella si sabe la respuesta. Pero ya digo que hace mal en fiarse de los amigos. Recuerden que hablo de política y no de amor. Hubo un tiempo y otra vida que se nos podía ver en amena tertulia tomando café en la terraza de un bar. Eran otros tiempos. Ahora los tiempos han cambiado como ha cambiado su risa y su mirada. A su favor tiene lo que siempre tuvo: me tiene a mí, pero eso ya lo sabe. De todo lo demás no sé. Perdón, tenerme a mí tampoco, a no ser que al verme no cambie sus caderas de acera y me hable y le hable y nos hablemos. (Lamento verte mal cuando te miro con buenos ojos: Culpables tus asuntos inaplazables a la trágala. Y sin saber qué hacer para más inri). Gracias.

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