Duele un día sin Ian. A punto de cumplir dos años (el tiempo
corre que mata, pero no me mata, me asesina en el país que asombra el
mundo, según Rajoy. Cambiaría de partido político no de país, a pesar de que nadie toma en cuenta mis disparates) si me faltara su "abrasito güelu", luego de refunfuñar Patricia para que camine o no, o lo que que diga porque no la escuchamos, los dos nos fundimos en un inmenso
abrazo, sería apenas: Me salva Ian. ¿Cómo fue que en escasos dos años Ian se hizo
indispensable en mi vida? Como a su madre, supongo que ya lo era antes de nacer. Tanto escribí sobre él y el miedo a no saber quererlo
como a Patricia cuando naciera y eso ahora no importa, importa "abrasito güelu". Importa lo que importa. Y a mí eso, en los años altos, es lo que me importa. Ian es la paz reparadora que
necesita mi alma. Como reparadores son mis sueños que necesito para escribir el día que me gusta vivir.
Conocer a Ian es el regalo superior que un viejo es capaz de soñar. Y la salud. Y el amor. Que pudiera ser casi todo lo deseable. Si dejo
mis dedos aporrear el teclado de mi ordenador que me ordena se
confiesa y eso puede ser malo. Me basta con conocer la verdad y
la lealtad por encima de los malos presagios que menoscaban al mundo
actual. De estar solo en esta vida no digo que sí, pero tampoco digo
que no. Hablo con el corazón en la mano. La vida está llena de desdichas, a pesar de que a mí me salva Ian, la familia, no me canso y quien
diga para mí porque estoy abierto al amor. A pensar diferente. A
creer en Dios puesto que es incomprensible que no cambie ni consienta que cambiemos. Gracias... (de nada)
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