Forjar un verdadero líder en política cuesta dedicación, preparación, disciplina, y a veces, demasiado sacrificio (pienso en la familia). Un líder no se hace de la noche a la mañana, ni lo será por el hecho de quererlo, o merecerlo. Y no es lo mismo ser dirigente que líder. El primero divaga y a veces actúa por impulsos sustituyendo el razonamiento y el respeto por caer bien a sus supuestos votantes. Un líder conjuga lo dulce y lo amargo, lo viejo y lo nuevo, e inspira certezas y no incertidumbres. Un líder no rehúye la adversidad ni los contratiempos, se monta en un tren sin combustible y lo pone en marcha. Siembra sobre roca y obtiene buen fruto, convierte la angustia en alegría y bienestar; transforma las derrotas en triunfos y tiene la sonrisa y la franqueza de un niño. Cumple su palabra y es determinante cuando es preciso. Es esencial, actúa con justicia y equidad y oye y consulta antes de decidir. Y decide. Un líder no teme la derrota, es altruista, optimista, solidario, y mira con los ojos del alma y otras veces con los de la cruda realidad. Es generoso en el presente e idealiza el futuro ... (Vuelvo otro día). Gracias.
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