Nadie merece ese inmovilismo que lleva al manicomio. Ojo, no me llamo Íñigo Errejón en campaña electoral. El no querer, el no saber, o esperar como Rajoy a que las cosas se arreglen por sí solas, es animadversión, oídos sordos, vista reducida o si me obligan lo hago y si no me obligan no lo hago. Y tan feliz. Uno elige cambiar el destino y el destino es un misterio. Jesús el Cristo sentenció: "Amaos los unos a los otros". O los unos sobre otros, las unas sobra otras o como cada cuál quiera pero amaros, estúpidos. El desamor preocupa a Dios y a los expertos en salud mental. Y a mí me preocupa los que se conforman con la mitad del día sabiendo que hay días enteros. Ahora solo cabe esperar a que el desenmarañador se desenmarañe. ¿Y si luego, desenmarañado, se cambia el destino? Se puede. Mientras, cuidémonos de los que hablan sin pensar ni entender y dudan de sí mismos. (En realidad aunque mucho ignoran, en un país tan pequeño no se nota. Por tanto, solo cabe esperar un milagro. O que se note. Si yo fuera de apostar, apostaría por un milagro, aunque de fijo sé que se notará antes). Gracias.
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