jueves, 21 de noviembre de 2019

La culpa de los votantes es y no mía.

Andaba casi feliz con lo mío por la avenida y al doblar una esquina una farola: -¡Ora!. -Dios mío, quién habla, ¿otra farola me quiere hacer la vida imposible? Yo que ni sé el día que vivo si no lo escribo, yo, ahora y en la hora, y sin reloj... -Ora de rezar, estúpido, no hora de llegar tarde al andén y perder el tren. -¿Quién eres, por qué me tratas así? -¿Así, cómo? -No sé. 

Ayer, una amiga me dijo con la cara de ir a misa los domingos que leía el día en de soslayo y que a veces le entraban ganas de matarme. Me preguntó, como si no supiera lo mío, si estaba mal de la cabeza al pedir a la izquierda catalana que apoye con la abstención la investidura de Pedro Sánchez, y me confirmó la duda que nunca tuve, que de pensarlo se le ponían los pelos como escarpias. Vaya por Dios y qué sentida. Torpe de entendederas, de eso y más no sé, le dije, pero las izquierdas ganaron las elecciones y quizás o tal vez... Hay más opciones, pero ni contando por los dedos suman para formar gobierno y otras elecciones, como país, harían un daño terrible a la economía y la confianza y retrasaría lo que no puede esperar: la posibilidad de llegar a fin de mes a los que siempre pierden. Además, tengo escrito por ahí, y soy de palabra, no como otras, que votaría VOX (feroz y venenoso espécimen) y María, la Magdalena, no me lo perdonaría. Entonces con un ahí te quedas que voy a misa y llego tarde me dejó atribuyéndome la culpa que solo los votantes tienen. Me conforta saber que una amiga me lee, que duerme cada noche orando y que sueña con un mundo ideal. Y admiro su fe. Pero me duele que de sus sueños no despierte a la existencia real. (Otro día hablaremos de los hijos, desiderátum, y del proselitismo que adoctrina). Gracias.

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