La ola veraniega que pudiera ser la última o la penúltima, pero no más. Sinceramente creo que nunca acabaremos con el coronavirus, si me equivoco, sino otro aparecerá una mutación que superó a la inglesa, la india o la peruana. Nos tenemos que morir, oiga. Yo ya lo sabía, lo que no sabía era que me iba a matar un virus que la ciencia llamó coronavirus. Opinan los que más saben que la inmunidad de rebaño, aquella inmunidad del 70%, cuanto menos será del 90% para salir a la calle, es decir, y para que me entiendan los del botellón y las festeras: ¡Si no hay inmunidad personal, no hay inmunidad de rebaño!.
De siempre hubo una lucha incomprensible entre lo que queremos y lo que realmente necesitamos. Y lo uno y lo otro nunca se llevaron bien. Mientras, íbamos envejeciendo y muriendo y dale a la rueda y rueda: era lo que había y vale bien. Pero lo de ahora, lo de ahora es mucho peor y del todo inadmisible. Allá donde sea que se tomen las decisiones, sin duda más allá del consejo de ministros, están las apariencias, la tontería, el irrespeto colindante, el desprecio por la vida propia y ajena. Y las charangas de fin de semana. No merecemos que en los libros sigamos apareciendo como animales racionales. Gracias.
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