lunes, 14 de septiembre de 2020

Un domingo amigo y un sábado de difuntos.

Mi esposa tiene amigas y cónyuges y viceversa. (Y yo tengo un amigo, se llama Antonio y ayer me trajo pimientos para asar de su huerto como disculpa para preguntarme por mi salud. De salud bien, Antonio. Me emocioné y no supe qué decir. Ni le pregunté por Tere, su esposa. Me emocioné y es todo. Si alguien lo conoce y le ve díganle que pronto volveremos a Astorga y comeremos el mejor chocolate maragato con churros). Estoy de los sábados de cena que me vomito. Perdida la paciencia y lo que es peor, la esperanza, y después de lo ocurrido el sábado clamé a un Dios ateo que me salvara: -¿Es urgente? -Sí. -¿Urgente para quién? -Urgente para mí. -Llame pasada la pandemia. Y con las más de 600.000 llamadas incontestadas de agosto en atención primaria septiembre va para peor. Si Ian y Enol, y si Diego tienen fiebre no los lleven al colegio, llévenlos al pediatra. ¿En serio? El poder indiscutible de la desgana. Si la desescalada no acaba con nosotros, lo hará el coronavirus si no sabemos qué hacer con la fiebre alta y la tos perruna y otras abyectas maneras que tendrá de hacernos daño. Si digo daño digo matar, y si digo matar digo negacionistas váyanse al carajo. (A la salud le debo mi vocación por la vida). Gracias.

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