Ayer, a la hora de la siesta, como todos los días descolgué el teléfono para llamar al azahar y luego disculparme por la confusión (de no ser una perrería lo recomendaba), pero antes de marcar el número (este jueves tocaba el prefijo 91 de Madrid), qué cosa
curiosa, escucho hablar a dos
personas, mujeres para más señas, y no hablaban de cosas
trascendentales, hablaban de trabajo y de encargos que una le hacía
a la otra. Se podría decir que una era jefa y la otra subordinada porque
a cada encargo le respondía con un vale y no era para el circo. Y
eso, vale. Y aquello, vale. Y lo otro, vale. La jefa ordenaba y la subordinada vale. Una jefa de mucho ordeno y mando y una subordinada vale. Si
digo jefa digo jefe. De toda
la conversación que mantuvieron saco en conclusión que, como mi esposa: ¡señor, sí señora!, y sin ruegos ni preguntas. En mi
vida laboral las cosas no valían por el hecho que las dijera el
jefe. Ocurre que un jefe se equivoca
como se equivoca un subordinado ¿o no? Si vale todo quizá no vale nada. ¿Y entonces?
Un día a los jubilados y pensionistas del pueblo de Patricia nos llevaros en autobús de visita a la Ford en Almussafes (el bocadillo de mortadela de pena); los coches se montan en una cadena de montaje y si falla algo, lo que sea, se va todo al carajo. Es cuando no vale nada y la producción acaba en la chatarra o en Inglaterra que circulan al revés.
A pesar que una jefa se le suponga más sabiduría que a una subordinada no todo vale. Todos y todas nos podemos equivocar. Mal anda un país cuando una
jefa se cree omnisciente. En ese plan, y creo no equivocarme, acabaremos jodiéndole los milagro a Jesús el Cristo. A un jefe se le puede
decir sí o no. A un jefe se le debe decir sí o no. Y luego que él
decida y, sobre todo, que asuma las consecuencias.
Y por chismoso, vaya por Dios y María, se me pasó la hora de la siesta y me quedé esperando a mañana para hacer la perrería de la siesta a otro madrileño, si quedan madrileños en Madrid. A más no tardar este fin de semana estarán en la Playa de Cullera. Yo en verano no voy a la Playa de Cullera, miedo me da pisar a un madrileño bajo la arena en primera línea de playa con el carácter alborotador que tienen. Ni pensarlo. Gracias.
Oye... Buenas.
ResponderEliminarSerá buenos... Beso.
ResponderEliminarSalud.