miércoles, 21 de junio de 2017

Indiferencia.

A primera vista no engaño, soy lo que cada cual quiera ver en mí. Después de conocerme mejor no miento. Confieso que en los años altos de mi vida no es fácil llegar a conocerme mejor porque no soy agradable al trato: hubo rotos en mi vida que llegaron a ser grandes decepciones. No engaño y no miento, pero tampoco soy persona de decir siempre la verdad: me avergüenza que la mayoría de mi vecindad viva peor que yo. E infinitamente peor que la clase dirigente de este país sin patria ni bandera. La culpa de los votantes no de España. Y a pesar de todo...

Ayer le escribí un correo interno a una persona que no conozco y no recibí respuesta. La persona era una mujer y el tema es lo de menos, lo de más no recibir respuesta. Persistiría en la intención de lograr mis intereses, pero si no me contesta entiendo que mis intereses no son los suyos. Lo cierto es que puedo vivir con un no porque solo me interesa un sí: yo nunca pierdo la esperanza, otra cosa es la indiferencia, el olvido que no encuentra camino. Lo peor del amor es cuando pasa pero algo queda. Pues mire usted, algo queda, pero no es tanto. Y el olvido encontró otro camino. Si algo me puede echar en cara es la nostalgia. Todo lo demás, incluida la indiferencia, corre de su cuenta.

Hoy traigo a de soslayo la indiferencia como uno de los mayores desprecios. En los años altos uno a pasado tantas veces desapercibido por la vida que me he acostumbrado y no me afecta demasiado. Solo lamento que seamos así, que nos comportemos así, que no demos las explicaciones que justifiquen lo injustificable: la indiferencia. A no ser, y lo digo con la cara de ir a misa los domingos, que los asuntos inaplazables se hayan hecho dueños del correo interno y entonces no sería indiferencia sería un problema mayor: Vivir sin haber sentido. Todos somos culpables, unos más que otros, pero culpables al fin. Mañana amanecerá otro día feliz: María, la Magdalena, me ha señalado. Gracias.

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